En el pasillo de mi casillero me encontré con James, al fin veía a alguien que realmente me agradaba.
-¿Almorzamos juntos?- le pregunté mientras caminaba rumbo a la
cafetería.
Por lástima no aceptó, se iba a retirar
porque tenía que ver algunas cosas en su casa. Conociendo a los señores Parks,
no quise preguntar.
-No
puedo llevarte a casa, lo siento.
-Está
bien, puedo tomar el autobús… además tengo entrenamiento en el equipo de
hockey.
-Está
bien, puedo llamarte luego.
El instituto nos incentivaba al deporte, por
eso era obligatorio que cada alumno eligiera algún tipo de actividad. En primer
año tenía varias opciones, entre ellas el hockey. Brianna intentó elegirlo
también para pasar tiempo juntas, pero no se le dio muy bien y lo abandonó para
unirse al equipo de vóley. Dese entonces, todos los miércoles tenía que
quedarme un hora más para entrenar, lo cual era
conveniente, porque aunque no tenía mucho tiempo para otras actividades,
podía hacer algún tipo de deporte.
Me despedí y caminé rumbo a la fila de la
cafetería.
Se notaba que iba un poco tarde, porque
cuando llegué, había como unos cincuenta alumnos frente a mí, lo peor de todo
era que el último en la fila era Ethan Mackenzie. “Siempre yo”. Agarré una
bandeja y me paré tras él intentando ignorarlo.
-Parece
que nos encontramos todo el tiempo- se volvió hacia mí- ¿Acaso estás
siguiéndome?
-Sigue soñando, es gratis.
-Já,
ganaste.
Sonreí ante su comentario, al fin había
ganado yo. Me gustaba ganarle.
Al cabo de unos minutos, compré una ensalada
mixta de queso y palta, agua mineral y gelatina de frambuesa de postre.
El día estaba lindo, salí al patio exterior y
me senté en el banco junto a una compañera de literatura, Jaimie Powell, una
chica súper blanca, de ojos y pelo negro que adoraba hablar.
Mientras ella me comentaba acerca del reporte
que debíamos entregar, yo estaba sumergida en mis pensamientos.
¿Por qué nunca veíamos a los padres de Ethan?
¿Realmente me estaba siguiendo el sábado por
la tarde?
¿Había algo más que escondía?
Miré a nuestro alrededor y lo encontré
sentado en una mesa no muy lejos de la mía.
¿Por qué me lo encontraba tanto últimamente?
Tal vez era un espía del gobierno. No, muy improbable, loco y fantástico.
Volví
a mirarlo de reojo, intentando que nadie lo notara. Otra duda surgió en
ese preciso instante.
¿Cómo era posible que los padres de Ethan lo
enviaran al mismo colegio que a mí, a veinticinco kilómetros de su respectivo
hogar? Yo creía que los únicos fanáticos del instituto Proserpine State High
School eran mis padres. Además, tal vez, no era casualidad que viviera junto a
mi casa.
Aparecía en cada momento de mi vida desde que
lo conocía. Sin que yo lo buscara, él sabía casi todo sobre mí: conocía a mi
familia, sabía a qué instituto asistía, donde trabajaba y donde vivía. Mientras
que yo apenas conocía su casa desde afuera y sabía su nombre. Era más
información de la que me gustaba brindar.
De pronto, las sospechas se agravaron. Una
parte de mi quería averiguar todo sobre Ethan Mackenzie, pero otra me repetía
que era demasiado loco. La idea de que me persiguiera no me gustaba, no
entendía cual era la razón para espiarme. Yo no tenía muchas cosas
interesantes, mi familia era normal, no había secretos, mi vida era siempre la
misma rutina, pasaba casi todo el día en el instituto, me gustaba estudiar,
trabajaba y los fines de semana, comía con Brianna en Sorrento. Nada del otro
mundo, yo era exactamente igual a cualquier otra adolecente del mundo. A veces
me sorprendía lo normal que mi vida podía llegar a ser.
Intenté pensar en otra cosa, era demasiado
para un solo día. Tal vez, lo más conveniente era hablar con Brianna sobre lo
que sucedía, ella era muy buena dando consejos.
Cuando miré hacia el estacionamiento del
instituto, encontré a James subiendo a su Mitsubishi ASK celeste, su nueva
camioneta. No hacía mucho que la había comprado, era muy grande, cómoda y
lujosa. Siempre me preguntaba por qué había cambiado la camioneta Land Rover,
suponía que quería modernizarse en alguna manera.
Me hizo señas con la mano en plan: “te llamo
esta noche” y yo sonreí. Era lindo hablar con él antes de cenar.
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